Es la quinta vez que me despierto y voy a su habitación. Lo abrazo, lo siento, lo mimo. Respiro profundo, me mentalizo que no me lo hace a propósito e intento dormirme yo también. Ya no puedo, la desvelada ahora soy yo. Desvelada y con una furia que siento crecer en mi estómago, como una piedra que se hace más y más pesada. Miro el reloj, son las 4am. Me encantaría no ser madre, me encantaría no haber parido a un hijo un tiempo antes de una pandemia. Lo amo, pero hoy (¿qué día es hoy? ¿es todavía ayer o ya es hoy?) no puedo. Siento que no me queda un miligramo de paciencia. Por favor, que deje de moverse y no vuelva a despertar por unas horas. ¿Todas las madres se sentirán así?
Ayer (o antes de ayer, si hoy es hoy) no pude dejar de mirar los rostros de las madres en la plaza. De repente la plaza estaba poblada de miradas perdidas, de listas de supermercado, de hastío, de pesadez y de fastidios. También había suspiros de quienes respiraban aires de libertad, y de quienes se dejaban tomar por el rayo de sol que aparecía con la primavera. Crucé mirada con alguna de ellas, al ritmo de una sonrisa y el pedido de una palita para hacer castillos en la arena. Sí, una vez más, pasó otro día sin que le comprara el juego de balde, pala y formitas. Caras mirando la nada, manos jugando en la arena, brazos haciendo upas. ¿Sentirían lo mismo que yo?
Esa plaza no se pareció en nada a la plaza de hoy (bueno, sería de ayer), que con la zona de recreación habilitada, quedó invadida de corridas y manos atajando niños. De gritos, de llantos, de hamacas balanceándose, rostros de cansancio, calor e incomodidad. Los amigos que compartían pala y balde ahora pasaban de un lado al otro sin siquiera mirarse. Las madres esbozaban una sonrisa de compromiso y salían corriendo tras la cara de pánico de la niña que había llegado a la boca del tobogán y no se animaba a tirarse, o tras el llanto por la espera de algún juego. Volvimos a ser las madres de las corridas, de los llantos, de los cuidados. Ellos volvieron a encontrar ese mundo.
Me siento a destiempo, como si no supiera que hay que hacer. Nos siento solos. El mundo corre y nosotros dos ahí. Miro a mi hijo, también le fueron extraños el tobogán, el sube y baja y las escaleras, incluso habiendo ido a la plaza casi desde su nacimiento. Los ama, se la pasa hablando de toboganes y hamacas, pero al llegar a la plaza no los quiere tan cerca. ¿Será así el deseo? Te amo hijo, pero hoy, no te quiero tan cerca.
Vuelvo a mirar el reloj. Ya marca las 5am, te siento respirar profundo y me sale besarte. Vuelvo a la cama arrastrando mis pies, siento que pesan una tonelada. Me acuesto y cierro los ojos. Por favor hoy dormi hasta las ocho.
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