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¿Por qué psicoanálisis?
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Vivimos en una sociedad que busca todo el tiempo soluciones, y no sólo soluciones sino soluciones rápidas, acertadas y con múltiples beneficios. El camino de un psicoanálisis lejos de ser rápido, lleno de soluciones cual recetas mágicas y siempre acertado, sirve para hacerse preguntas. ¿Por qué está sucediendo esto? ¿por qué ahora? ¿qué hago con lo que me pasa? ¿Por qué me cuesta tanto cambiarlo? ¿Por qué lo siento así y no de otra manera? El psicoanálisis abre la dimensión de la pregunta, para poder hacernos cargo de eso que nos sucede, y que el síntoma no siga desplazándose a otros ámbitos y tome todo en la vida.

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¿Por qué una mamá o un papá consultarían con una psicóloga con esta orientación?


Puede que los mapadres necesiten tener referencias acerca de cuántas horas es esperable que duerma un niñx. Puede que necesiten ayuda para poder organizar la practicidad de los días, o que les den alguna idea de cómo ayudar con acciones concretas a que ciertos procesos empiecen a tener lugar.

Si bien yo puedo darles información que les sea útil, de lo que se tratará es de pensar juntxs qué está sucediendo: qué te pasa a vos, a tu pareja (si la hay) y a tu ninx. Podremos pesquisar las coordenadas de tu malestar, y a partir de allí buscar nuevos caminos para seguir andando. Necesitaremos hablar seguramente de aquello que marcó, que hizo huella y que hoy te dificulta la vida. Seguramente reacomodes cargas y empiecen a pasar cosas diferentes, y con suerte esos serán los indicadores de que algo se conmovió y te encuentres algo mejor. Es que al dejar de ser una roca inamovible y convertirse en simples piedras, tendrás la libertad de hacer algo con ellas: patearlas, pintarlas, darles forma, construir con ellas. Y no, seguramente no escuches de mi boca un TIP o la regla que viene a salvarte, pero te puedo asegurar que ALGO va a cambiar.

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¿Qué es el psicoanálisis para mí?

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La terapia me ha ayudado (y me ayuda) a deconstruirme. Me ha dado la experiencia de escucharme diciendo cosas que jamás se me hubieran ocurrido. De sentir el peso de las palabras. Aquellos kilos de palabras de otros. Cada gramo de las que creía que eran mías, o de las que copié, o incluso, de las que me apropié sin siquiera saberlo. Me ha permitido convertirme en madre, desde un lugar otro que no es el de la biología, ni el de los mandatos.
Y en ese camino, volví a ser hija, pero desde otro lugar...con otro cuerpo, pero sobre todo, con otros ojos.

Me ha permitido devenir analista. Encontrarme con mis agujeros para poder sostener y poner el cuerpo sesión a sesión con mis pacientes.
También, me ha permitido acercarme a los otros desde un lugar más auténtico, no por ello menos complicado. Pero ¿acaso las relaciones humanas, no lo son?
El camino de la terapia me ha roto, sí. Me rompe cada tanto. Me sacude como el viento sacude las ramas finas de ese árbol que tanto llama mi atención desde chica ("sauce llorón", creo que lo llaman). Cada sacudón me enfrenta a reacomodar las piezas. A localizar y localizarme, cada vez. 

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